A veces, al caminar tarde por la noche, me detengo ante una carnicerìa cerrada.
Hay una luz solitaria en la tienda como la luz bajo la que el convicto clava su tùnel.
Un mandil cuelga del gancho: sobre èl la sangre forma un mapa de los grandes
continentes de la sangre, los grandes rìos y ocèanos de la sangre.
Hay cuchillos que resplandecen como altares en una iglesia a oscuras,
donde llevan al lisiado y al imbècil para que se curen.
Hay una tabla donde se rompen huesos y se les raspa hasta dejarlos limpios,
un rìo cuyo lecho se ha secado,
donde me alimento,
donde a altas horas de la noche
escucho una voz.
jueves, 15 de mayo de 2008
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