jueves, 7 de abril de 2011

Nuevos alimentos

No es solamente el mundo lo que se trata de cambiar, sino el hombre. ¿De dónde surgirá ese nuevo hombre? No de fuera. Camarada, descúbrelo en ti mismo, y así como del mineral se extrae un metal puro y sin escorias, exige que salga de ti mismo ese hombre esperado. Obtenlo de ti. Osa devenir lo que tú eres. No te conformes con poca cosa. Hay admirables posibilidades en cada ser. Convencete de tu fuerza y de tu juventud. Repítete sin cesar: "De mí depende".

No te hagas el listo. Has visto morir; eso no era tan cómico. Te esfuerzas en bromear para ocultar tu temor; pero, tu voz tiembla y tu pseudo poema es espantoso.
Puede ser... Sí, he visto morir... Hay muy a menudo, me parece, precediendo la muerte y pasada la angustia, una especie de embotamiento del aguijón. La muerte se pone guantes afelpados para agarrarnos. No estrangula sin adormecernos; y aquello que de ella nos separa ha perdido su nitidez, su presencia y su realidad. Es un universo tan descolorido que el dejarlo no causa  gran pena, y no hay motivos para lamentaciones.
Entonces, me digo que no debe ser tan dificil morir, porque, a fin de cuentas, todos lo consiguen. Y, después de todo, sólo se trataría de adquirir una costumbre si no fuera porque no se muere más que una vez. Pero la muerte es atroz para quien no ha realizado su vida. Para éste la religión no posee sino una maniobra demasiado hábil. Le dice: -No te preocupes. Es del otro lado que la vida comienza, y tú serás recompensado.
Es desde "aqui abajo" que es necesario vivir. Camarada, no creas en nada; no aceptes nada sin prueba. Nunca ha probado nada la sangre de los mártires. Toda la religión, por loca que haya sido, ha tenido los suyos y suscitado convicciones ardientes. Es en nombre de la fe que se muere; y es en nombre de la fe que se mata. El apetito de saber nace de la duda. Deja de creer e instrúyete. Nunca se procura imponer sino a falta de pruebas. No te dejes engañar. No te dejes imponer.

¡No me dormirás tristeza! Escucho un canto suave a través de lamentaciones y sollozos. Un canto cuyas palabras yo invento, que fortalece mi corazón cuando lo siento a punto de ceder. Un canto que lleno con tu nombre, camarada, y con un llamado a quienes con corazón valiente responderán:
¡Alzaos frentes doblegadas! ¡Miradas inclinadas hacia las tumbas, alzaos! ¡Levantaos no hacia el cielo vacío, sino sobre el horizonte de la tierra! Hacia donde te lleven tus pasos, camarada regenerado, valiente, dispuesto a dejar estos lugares corrompidos por la muerte, deja que tu esperanza te lleve adelante. No permitas que ningún amor del pasado te retenga. Lánzate hacia el porvenir. Deja de trasladar al sueño la poesía; aprende a verla en la realidad. Y si no está en ella todavía, ponla tú.

¡Oh tú para quien yo escribo -a quien llamé en otro tiempo con un nombre que ahora me parece demasiado quejumbroso: Nathanael, a quien llamo ahora camarada-, no admitas ya nada de quejumbroso en tu corazón! Aprende a obtener de ti lo que torna la queja inútil. No implores de otro lo que puedes obtener de ti mismo.
Yo he vivido; ahora te toca a ti. En adelante, es en ti en quien se prolongará mi juventud. Te cedo ese derecho. Si te siento sucederme, aceptaré mejor la muerte. Pongo en ti mi esperanza. El sentirte valiente me permite dejar sin pena la vida; toma mi alegría. Haz tu felicidad aumentando la felicidad de todos. Trabaja y lucha y no aceptes nada malo que no puedas cambiar. Aprende a repetirte sin cesar: "de mi depende". Deja de creer -si alguna vez lo has creído-, que la sabiduría está en la resignación o deja de aspirar a la sabiduría.
Camarada, no aceptes la vida tal como te la proponen los hombres. No dejes de convencerte de que podría ser más bella la vida; la tuya y la de los otros hombres; no otra vida, futura, que nos consolaría de ésta y que nos ayudaría a aceptar su miseria. No aceptes. El día en que comiences a comprender que el responsable de casi todos los males de la vida no es Dios, sino los hombres, tomarás partido contra esos males.


No sacrifiques a los ídolos.

André Gide

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